Definía Simone de Beauvoir, pionera de la lucha
femenina, el feminismo como <<una forma de vivir individualmente
y de luchar colectivamente>>.
En definitiva: como una forma de entender, y vivir, el mundo que nos rodea.
En este
sentido, hemos defendido siempre la autonomía de la mujer en la lucha
feminista. Es decir, las mujeres debemos asumir que todo lo que hemos
conseguido ha sido gracias a nuestra lucha. Que nadie nos ha regalado nada. Que
poseemos las capacidades suficientes para liderar nuestro ideario feminista. Lo
hemos dicho muchas veces: conciencia. Las mujeres necesitamos ser conscientes
de nuestras capacidades individuales, y también colectivas.
Hemos
condenado la demagogia con la que se ha tratado el feminismo desde algunos
sectores conservadores, y también masculinos, que lo han llegado a definir como un
sinónimo de ‘machismo’. El machismo mata a diario, el feminismo salva vidas.
El machismo es una teoría de la discriminación, el feminismo es una apuesta por
la igualdad real entre hombres y mujeres.
En
este sentido, nos sentimos muy orgullosas de todos los hombres que nos
acompañan en la lucha, que portan el feminismo como una seña de identidad. La
lucha por la igualdad es una batalla que nos concierne a todos y todas.
Sin
embargo, no estamos dispuestas a relegar la lucha feminista a un segundo
estadio o, en su defecto, a incluirla dentro de una lucha ‘superior’, que lejos
de atender nuestras peticiones y reivindicaciones, las sitúa en una posición de
subordinación.
En
conclusión, el feminismo, como cualquier lucha que enarbole la igualdad, es una
cuestión que nos atañe a todos y todas. Sin exclusión. Pero debemos entender la
grandeza de la lucha. Entenderla de forma autónoma, no como parte indisoluble
de una lucha mayor.
Rosa
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