miércoles, 29 de agosto de 2012

Si me dices ‘ven’, ya no lo dejo todo


            El 8 de marzo de 1910 se aprobó el Real Decreto que permitía el libre acceso de la mujer a la universidad española, tras décadas de lucha y desobediencia civil femenina. Al poco tiempo de producirse este hecho fueron entrevistadas una serie de universitarias pioneras. El resultado de esta encuesta fue demoledor: la mayoría de ellas, por no decir la totalidad, no tenían previsto ejercer profesionalmente sus estudios en un futuro. Únicamente estudiaban motivadas por una inquietud intelectual, pero tras finalizarlos se dedicarían a hacer aquellos menesteres destinados para la mujer: ser madres y esposas.

            La mujer ha vivido durante centurias relegada a la espalda de un hombre, ya fuera un familiar o su esposo. Durante la Edad Media y la Edad Moderna fueron empleadas como auténticas ‘internacionales’ (término acuñado por el historiador Bartolomé Bennassar). Las usaron como moneda de cambio, como meras transacciones diplomáticas. En el siglo XIX aparecieron los primeros movimientos de corte feminista, aunque existen precedentes de pensadoras cuya contribución ha sido notoria para el feminismo, como Mary Wollstonecraft.  Estas luchadoras reclamaron derechos políticos y sociales para las mujeres. Sin embargo, muchas de ellas seguían viviendo al dictado de los roles femeninos impuestos por la sociedad patriarcal. Es más, el gran error de las primeras feministas fue que asumieron estos roles sin cuestionarlos, y creyeron que la igualdad pasaba por emular a los hombres en todo, incluso en su forma de vestir o actuar. Con el tiempo se dieron cuenta de que las mujeres y los hombres tienen diferencias esenciales, y que la igualdad pasa exclusivamente porque las mujeres tengan los mismos derechos y las mismas oportunidades que los hombres.


            En las relaciones sentimentales ha sucedido lo mismo. Una relación de pareja, sea cual sea su naturaleza, debe concebirse como un pacto entre iguales, algo que no ha sucedido nunca, aunque en la actualidad comienzan a darse los primeros pasos, con algunos límites. Aún hoy sigue sin planteársele a un joven la problemática de la conciliación familiar y laboral, que parece que es algo reservado a la mujer.

            Las mujeres debemos aprender que tenemos una vida para compartir, no para entregar. Que tenemos pasado y presente, pero sobre todo tenemos futuro. Las mujeres somos compañeras desde la igualdad, con una vida y un futuro que tienen el mismo valor que el de nuestro compañero; y que compartir es consensuar, ceder y respetar.

            La concienciación es, en materia feminista, la clave. Las mujeres podemos hacer todo cuanto nos propongamos. Ahora sólo hace falta que nos lo creamos.


Rosa

No hay comentarios:

Publicar un comentario