El 8 de marzo de 1910 se aprobó el
Real Decreto que permitía el libre acceso de la mujer a la universidad
española, tras décadas de lucha y desobediencia civil femenina. Al poco tiempo
de producirse este hecho fueron entrevistadas una serie de universitarias
pioneras. El resultado de esta encuesta fue demoledor: la mayoría de ellas, por
no decir la totalidad, no tenían previsto ejercer profesionalmente sus estudios
en un futuro. Únicamente estudiaban motivadas por una inquietud intelectual,
pero tras finalizarlos se dedicarían a hacer aquellos menesteres destinados
para la mujer: ser madres y esposas.
La mujer ha vivido durante centurias
relegada a la espalda de un hombre, ya fuera un familiar o su esposo. Durante
la Edad Media y la Edad Moderna fueron empleadas como auténticas
‘internacionales’ (término acuñado por el historiador Bartolomé Bennassar). Las
usaron como moneda de cambio, como meras transacciones diplomáticas. En el
siglo XIX aparecieron los primeros movimientos de corte feminista, aunque
existen precedentes de pensadoras cuya contribución ha sido notoria para el feminismo,
como Mary Wollstonecraft. Estas
luchadoras reclamaron derechos políticos y sociales para las mujeres. Sin
embargo, muchas de ellas seguían viviendo al dictado de los roles femeninos
impuestos por la sociedad patriarcal. Es más, el gran error de las primeras
feministas fue que asumieron estos roles sin cuestionarlos, y creyeron que la
igualdad pasaba por emular a los hombres en todo, incluso en su forma de vestir
o actuar. Con el tiempo se dieron cuenta de que las mujeres y los hombres
tienen diferencias esenciales, y que la igualdad pasa exclusivamente porque las
mujeres tengan los mismos derechos y las mismas oportunidades que los hombres.
En las relaciones sentimentales ha sucedido
lo mismo. Una relación de pareja, sea cual sea su naturaleza, debe concebirse
como un pacto entre iguales, algo que no ha sucedido nunca, aunque en la
actualidad comienzan a darse los primeros pasos, con algunos límites. Aún hoy
sigue sin planteársele a un joven la problemática de la conciliación familiar y
laboral, que parece que es algo reservado a la mujer.
Las mujeres debemos aprender que
tenemos una vida para compartir, no para entregar. Que tenemos pasado y
presente, pero sobre todo tenemos futuro. Las mujeres somos compañeras desde la
igualdad, con una vida y un futuro que tienen el mismo valor que el de nuestro
compañero; y que compartir es consensuar, ceder y respetar.
La concienciación es, en materia
feminista, la clave. Las mujeres podemos hacer todo cuanto nos propongamos.
Ahora sólo hace falta que nos lo creamos.
Rosa
No hay comentarios:
Publicar un comentario